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Primeros capítulos de A través de su objetivo. Chary Ca.

                     

 Capítulo 1



La gente se volvía a su  paso. La miraban entre sorprendidos, divertidos y expectantes. No era muy normal ver a una mujer vestida de aquella guisa y corriendo bajo la lluvia. Cuando ya no podía más y el aire no llegaba a sus pulmones, paró, miró hacia atrás y comprobó que de momento su pasado no la perseguía. Estaba aterrada por lo que acababa de hacer. Al mismo tiempo se sentía liberada y culpable.
De pronto la invadió el pánico. «Y ahora ¿qué?». ¿Qué hacía, sin dinero, sin teléfono, sin lugar a donde ir? Miró a su alrededor. Había dejado de llover, pero la calle estaba desierta, desierta como su existencia.
Se sentó en un banco, de un parque cualquiera. En aquel mismo banco estaba sentada una anciana y su perra. Ambas se giraron hacia ella instantáneamente. Tan evidente fue que se sintió en la obligación de explicarse.
—Hola. Yo acabo... de escaparme.
—Ya imagino. Pero sabrás que hay cosas en la vida de las que no se puede huir. Otras, sin embargo, lo mejor es dejarlas pasar. La voz de aquella anciana inundó su interior. ¡Le recordó tanto a su abuela...! Sabía que si ella no hubiera muerto, hacía seis años, todo hubiera sido diferente.
—Ya, te noto muy angustiada —dijo aquella mujer mientras su perra olfateaba a Erika.
—Ya me contará. Míreme, solo con verme debería saber...
—No te diste cuenta, pero a mí la vida me negó el privilegio de ver y me donó la virtud de ver más allá de lo obvio.
—Lo siento. —Se sintió una estúpida. Si se hubiera fijado hubiera visto que la mujer allí sentada tenía un bastón a su lado y que aquella perra tan curiosa era un perro lazarillo.
—No lo sientas, pasa muy a menudo. El don de la vista os impide ver más allá. Todo tiene solución y siempre hay que luchar. —Gracias —le dijo depositando un leve beso en su mejilla.
—No son necesarias. Ojalá yo hubiera escuchado a quien en su día me habló. Suerte, niña, y recuerda: la vida es del color con que tú quieras vivirla.
Erika se levantó decidida. Comenzaría por el principio.
       
Todo comenzó tres meses atrás. Habían decidido que Álex de la Torre se encargara del reportaje de su boda. Según su amigo Damián, Álex era el mejor fotógrafo de la ciudad. Además, aquella idea había encantado a Adela, la madre de Erika.

Aparcaron el coche cerca, a dos calles del estudio fotográfico.
—Desde luego, cariño, podías alegrar un poco esa cara de acelga que luces últimamente. Te puedo asegurar que parece que en vez de tu propia boda estés organizando tu funeral.
—Mamá... podías callarte y entender que no todo el mundo hace de su boda el acontecimiento más grande de la historia.
—Serás muy buena abogada, pero la verdad, no entiendes nada de la vida. Esta boda es tu futuro, cariño. Casarte con Javier es asegurar tu posición social y tu porvenir. No olvides que estamos hablando del arquitecto más prestigioso de la ciudad.

Erika puso los ojos en blanco. Le irritaba la manera de ver la vida de su madre. Para ella todo era posición social y una buena cuenta corriente. Era consciente de que ya era tarde para muchas cosas. Nunca tenía que haberse dejado manipular por ellos. El resultado: que tenía la profesión que ellos decidieron, y que seguía viviendo prácticamente bajo su techo.
—¿Cómo voy a olvidarlo, mamá, si ya te encargas tú de recordármelo todos los días sin fallar ni uno desde hace siete años? —Se dio cuenta de que aceleraba el paso cada vez más, como si de esa manera pudiera huir de la pesadilla que suponía organizar una boda con su madre.
—Número 17, ahí es —dijo aliviada al haber llegado al destino y no tener que seguir con aquella conversación, que no hacía otra cosa que aportarle más estrés del habitual.
Nunca se había llevado bien con ella. La excesiva obsesión de su madre por las formas, lo correcto y el qué dirán había hecho de su infancia una época que no recordaba con cariño ni añoranza. Lo único de ese periodo que recordaba era a su abuela y a su amigo, las dos personas que le habían enseñado todo lo que hasta ese momento sabía.
La puerta se abrió, dejando tras ella la imagen de un hombre de unos 35 años. Erika lo miró de arriba abajo. A pesar de conocer a hombres guapos, Álex la estaba dejando impresionada. Él sonrió, mientras miraba a las dos mujeres que se hallaban en su puerta.
—Hola. Soy Álex de la Torre —dijo extendiendo su mano para estrechar la mano de una Erika retraída y ruborizada.
—Hola  —contestó tímida.
Al estrecharle la mano y sentir su contacto, un escalofrío invadió todo su cuerpo. Menos mal que su madre intervino en aquel preciso momento, pues su boca seca no era capaz de articular ni una sola palabra más.
—Hola, Álex. Mucho gusto. Soy Adela, la mamá de Erika —le dijo mientras él seguía estrechando la mano de Erika.
Álex miró a Adela y, en ese instante, unos celos terribles se apoderaron de Erika cuando sintió que sus ojos castaños se alejaban de ella. ¿Cómo era posible que se sintiera abandonada, celosa de su propia madre? Pero ¿qué le estaba pasando? Lo cierto era que, no sabía por qué extraña razón, Álex había tenido aquel efecto en todo su ser.
—Mucho gusto, señora —dijo este contestando al saludo de Adela.
Después les hizo pasar al interior de su estudio.
—Por favor, no me llames de usted. Soy más joven de lo que piensas. A Erika la tuve con apenas 20 años.
—Bien, vosotras diréis —dijo Álex indicando que tomaran asiento y clavando su mirada en Erika, que no dejaba de morderse el labio nerviosa.
Erika sintió de nuevo su mirada y bajó la cabeza. Tenía miedo de que pudiera leer en ella el desconcierto que en aquellos momentos la invadía.
—Verás —comenzó diciendo Adela—, el motivo de nuestra visita es que dentro de tres meses se celebrará la boda de Erika y Javier. Un conocido nos habló muy bien de ti y queríamos que te encargaras del reportaje.
—Perfecto, será un placer. No sé si sabréis que mi manera de trabajar es hacer una primera sesión con la novia, una con el novio y luego ya una con los dos juntos. Me gusta hacer una primera toma de contacto.
Erika lo miró mientras él sonreía y dejaba ver sus hoyuelos en la cara.


Capítulo 2


En aquel instante, mientras Álex y su madre comenzaban una conversación a la que ni siquiera prestó interés, ella se levantó, observando aquel lugar diáfano pero impersonal que tenía Álex como estudio de fotografía. Las grandes cristaleras dejaban pasar la luz a raudales. En medio de la estancia se encontraba una mesa con un ordenador y unas cuantas sillas alrededor. Al fondo, una pequeña cocina que hacía más las veces de laboratorio. Pegado a la pared opuesta a la cristalera, una escalera con peldaños de madera que conducían a una segunda estancia abierta donde se podía ver un diván y distintos tipos de decorados. Era evidente que allí se llevaban a cabo las sesiones de fotos.
Caminó hacia el ventanal y sintió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. Estaba comenzando a llover y las gotas de agua corrían por el cristal en una carrera suicida hacia la nada. Sin darse cuenta, con la yema de su dedo siguió el recorrido de una de ellas. Su respiración se aceleró al recordar aquel momento.
Fue hacía unas semanas. Ella corría hacia el ascensor, llegaba tarde a recoger la documentación para un juicio. Y en aquel preciso instante tropezó con él. Recordaba perfectamente cómo la cogió por sus hombros y la miró detenidamente. Luego le regaló su media sonrisa y vio por primera vez aquellos hoyuelos. Después la dejó marchar, dejando en ella una huella como la de aquella gota de agua en el ventanal. Por eso todas aquellas sensaciones no eran nuevas para ella. Ese día en el despacho pensó que estaba nerviosa. Ahora sabía cuál era la verdadera causa.
Mientras Álex la observaba desde lejos, sintió lo mismo que aquella primera vez, aunque no sabía qué era. Movió su cabeza, rechazando la idea de que ella recordara siquiera aquel momento. De repente, Erika volvió a la realidad y oyó cómo Álex decía:
—Sé que es tarde, pero por mí no habría inconveniente en hacerte hoy una primera prueba.
—Por mí tampoco —atinó a decir, mientras su corazón se le salía del pecho—. ¿Qué dices tú, mamá? —añadió, convencida de que su madre no se podía quedar y de que sería la excusa perfecta para salir de allí.
—¿Ahora? Imposible, tengo que irme corriendo para arreglarme y que tu padre me recoja. Debemos acudir al concierto benéfico. Pero... ¿por qué no te quedas tú? A fin de cuentas es a ti a quien tiene que fotografiar. Y estoy segura de que con Álex estás en buenas manos.
Su madre, ajena a todo lo que estaba empezando a generarse en su interior, le dio dos besos y se marchó tranquila, feliz. Todo le funcionaba de maravilla. Su marido era un abogado de prestigio que se codeaba con las más altas esferas de la ciudad de Valencia y su hija estaba a punto de contraer matrimonio con un prestigioso arquitecto, hijo y nieto de arquitectos. Todo era perfecto. Para broche de su idílica vida, su hija pequeña, que apenas era dos años menor que Erika, se había casado con un famoso ginecólogo y estaban esperando su primer nieto. Aspiró aire orgullosa, no podía pedir más.
Y allí quedó Erika, viéndola marchar y notando que una parte de ella quería correr tras su madre como una niña y gritarle que no la dejara allí sola con aquel hombre. Aunque, por otro lado..., soñaba con verse delante de su objetivo, no se iba a engañar. Era un gran dilema. «Erika, por favor —se reprendió a sí misma—. Erika, estás prometida y quieres a Javier. Compórtate como te han enseñado». Mientras divagaba en sus pensamientos, Álex se movía con soltura por el espacio abierto. Se embelesó con su manera de andar y con la facilidad con la que hacía el trabajo de seleccionar el equipo necesario para la prueba.
Álex la observó por el rabillo del ojo. Sabía que aquella no era una buena manera de comenzar, por lo que le propuso lo siguiente:
—Mejor bajamos a la cafetería, tomamos un café y me cuentas más detalles del lugar y del día. Así me voy haciendo una composición.
—Me parece una gran idea —respondió aliviada, mientras le sonreía tímidamente.
La cafetería estaba justo en el local contiguo al portal del edificio. Era pequeña, con un aire vintage, llena de objetos antiguos con cierto encanto. Álex le indicó que se sentara en una mesa un poco apartada y alejada de la puerta.
—Aquí estaremos más cómodos y tendremos más intimidad.
¡Intimidad! Aquella palabra sonó en el interior de Erika como una señal de alarma, una alerta ante problemas. Era consciente, aun sin saber por qué, de que la proximidad de aquel hombre la perturbaba y la hacía sentir distinta. Atrevida sería la definición, aunque no quisiera reconocerlo. Se sentaron uno frente a otro. Entre ellos se produjo un silencio en el que cada uno sacaba sus propias conclusiones sobre la presencia del otro. El camarero sirvió un café solo y sin azúcar para Álex y un capuchino para ella. Erika sonrió al ver que en el capuchino la espuma había formado una especie de corazón. «¿Será el destino o será mi mente que ve ya cosas donde no las hay?», se preguntó mientras tomaba entre sus manos el azucarillo. Era uno de esos azucarillos con mensaje.
Se detuvo a leerlo sin darse ni cuenta de que él la llevaba observando todo aquel rato.
—Siempre me pregunté si de verdad la gente escribe esas frases y las envía para que sean publicadas en los azucarillos —le dijo llamando su atención.
Erika comenzó a leer en voz alta.
No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas. Las cosas difíciles llevan mucho tiempo, lo imposible puede tardar un poco más.
—¿Qué no te atreves a hacer tú? —le pregunto un Álex con sonrisa pícara. Disfrutaba de la situación de tener a aquella mujer frente a él.
—Yo... —respiró profundo—. No sabría por dónde empezar. No me considero una mujer atrevida. Me gustaría serlo, pero nunca acabo por decidirme.
—Bueno, vas a atreverte a lo más arriesgado, el matrimonio. Vas a unir tu vida a alguien. ¿Te parece eso poco arriesgado?
—¿Te lo parece a ti? —contestó tímidamente.
—Yo no creo en el matrimonio, no creo en las relaciones de pareja, no creo que nadie se merezca tu dedicación plena. —Se hizo el silencio mientras él tomaba un sorbo de su café. Después continuó—: De todas formas, no me lo tengas en cuenta, no soy la persona más indicada para hablar de este tema.
Erika miró directamente a los ojos de Álex y vio amargura. Supo que no era un hombre como los que hasta entonces había conocido y eso hizo que creciera más su atracción hacía él. El tiempo pasó deprisa, se sentía a gusto a su lado. Habían decidido que lo mejor sería quedar al cabo de dos días para realizar las pruebas. Se despidieron con dos besos en las mejillas, que hicieron que un escalofrío recorriera la columna vertebral de Erika.
Los dos días hasta su próxima cita transcurrieron lentos, extraños. En sus sueños él la visitaba, la acompañaba en su despertar y en su día a día. Le era imposible concentrarse. Sin darse cuenta pensaba en él, ansiaba volverlo a ver. Esa noche, víspera de su cita, se conectó un rato a Facebook para despejarse y vio que su amiga Adriana estaba en línea. Adriana y ella habían estudiado juntas la carrera de Derecho. Se habían licenciado a la vez, pero aquel último año Adriana conoció a Philip y se enamoró perdidamente de él, por lo que lo dejó todo y se fue a NY a empezar una vida a su lado.—¡¡¡¡Hola, neoyorquina de mis amores!!!!
—¿Qué pasa, valenciana de mi vida?
—Bien, supongo, pero ¡cuánto tiempo sin saber nada de ti! No me conecto mucho y lo poco que lo hago por lo visto no coincido contigo.
—¿Cómo va todo, Erika? No sabes lo mal que me sabe no poder estar contigo el día de tu boda.
—No te preocupes, es comprensible. Además...
—Además, ¿qué? ¡No me digas que tienes dudas! Es normal, a toda novia le pasa.
—No, no es eso, es solo... —se lo pensó un momento antes de seguir tecleando, pero necesitaba hablar con alguien del tema “Álex” y ella era la persona adecuada—. Tengo un pequeño o gran problema, depende de cómo lo mires.
—¿Cómo de pequeño?
—Pues... —sintió vergüenza de reconocerlo, pero no lo pensó y tecleó—: Hace dos días que no dejo de pensar en alguien, es imposible quitármelo de la cabeza. Es extraño, pero no puedo por mucho que lo intente. Su sola presencia me hace estremecer, siento como que yo dejo de ser yo.
—Perdona que tarde en contestar, pero no sé si eres tú quien está escribiendo. Te conozco hace años y nunca pensé que saliera de ti un sentimiento igual.
—Oye, tampoco soy un monstruo sin sentimientos.
—No, por supuesto que no, pero nunca pensé que existiera el hombre que tambaleara tan fuerte tus cimientos.
—Estoy asustada, Adriana. Es como una pérdida de control cuando está cerca.
—Peligro, peligro. Lo mejor es que te alejes de él lo antes posible. Te traerá problemas.
—Sí, eso creo que haré. Gracias por escucharme, ahora te tengo que dejar. Es tarde y mañana tengo una cita importante.
—Está bien, pero mantenme informada. Y no se te ocurra cometer ninguna locura.
—¡Ja, ja, ja! Eso me lo dice la que se lio la manta al cuello y cruzó el charco por amor. Ya te vale.
—Por eso te lo digo, tonti. TQ.
—Y yo. Hablamos.
Cuando a la tarde siguiente llegó a su estudio, se sentía nerviosa, mucho más de lo que había estado en su primer juicio. Se había arreglado con esmero, pero al mismo tiempo dando una imagen casual. Se puso una falda negra de vuelo y un suéter con escote en forma de v. Recogió su cabello en una coleta y se calzó unos zapatos de tacón mediano que estilizaban sus piernas y la hacían parecer un poco más alta.
Cuando llegó al portal, este estaba abierto. Entró y subió hasta la planta donde se encontraba el estudio de Álex. Se quedó parada ante la puerta y se armó de valor para llamar. La puerta se abrió y sus piernas se volvieron gelatina. Allí estaba en el umbral, con su pelo desmarañado, sus vaqueros ceñidos y su suéter de cuello de pico gris.
—Hola —dijo Álex mientras le daba dos besos y con la mano apoyada en su espalda la hacía pasar al interior.
—No sé si es buen momento —titubeó Erika intentando hacerse dueña de la situación, una situación que por el momento se le escapaba de las manos.
Subieron las escaleras y llegaron al espacio habilitado para hacer los reportajes fotográficos. Ese día era solo una toma de contacto, por lo que Álex le indicó que se sentara en el diván rojo. Erika obedeció sentándose muy formal y muy tiesa. Álex la observaba. Era fácil darse cuenta de su nerviosismo. Él se acercó diciendo:
—Erika, cielo, relájate. Esto es una pequeña prueba. Solo necesito ver cuál es tu mejor perfil y que cojas confianza para que el gran día se te vea natural, ¿ok?
—Vale —respondió ella—, pero que sepas que no le gusto a las cámaras y que ellas me gustan menos a mí. Siempre me veo horrible.
—Pues no estoy de acuerdo. Algo me dice que mi cámara y tú vais a ser muy buenas amigas.......





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"Sin lectores no existirían los autores".






Comentarios

  1. Ainnsss, que ganitas le tengo, que me parece que Erika va ha ser un poco malota....!!!

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  2. Ainnsss, que ganitas le tengo, que me parece que Erika va ha ser un poco malota....!!!

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